La estética de lo pulido

Sobre lo digital en nuestros días ...

 

La estética de lo pulido

Lo pulido, pulcro, liso e impecable es la seña de identidad de la época actual. Es en lo que coinciden las esculturas de Jeff Koons, los iPhone y la depilación brasileña. ¿Por qué lo pulido nos resulta hoy hermoso? Más allá de su efecto estético, refleja un imperativo social general: encarna la actual sociedad positiva. Lo pulido e impecable no daña. Tampoco ofrece ninguna resistencia. Sonsaca los me gusta. El objeto pulido anula lo que tiene de algo puesto enfrente. Toda negatividad resulta eliminada.

También el Smartphone obedece a la estética de lo pulido. El Smartphone G Flex, viene incluso recubierto de una capa que se autorrestituye, es decir, que hace que desaparezca todo rasguño, todo rastro de daño al cabo de muy poco tiempo. Es, por así decirlo, invulnerable. Su recubrimiento artificial mantiene al Smartphone siempre pulido. Además, ese modelo es flexible y dúctil. Está levemente combado hacia dentro. Así es como se amolda a la perfección al rostro y al glúteo. Esta capacidad de amoldarse y esta falta de resistencia son rasgos esenciales de la estética de lo pulido.

Lo pulido no se limita al aspecto externo del aparato digital. También la comunicación que se lleva a cabo con el aparato resulta pulimentada y satinada, pues lo que se intercambia son, sobre todo, deferencias y complacencias, es más, cosas positivas.

El sharing, o compartir, y dar me gusta, representan un medio de pulimentado comunicativo. Los aspectos negativos se eliminan porque representan obstáculos para la comunicación acelerada.

Pero un juicio estético presupone una distancia contemplativa. El arte de lo terso y pulido la elimina.

Al contrario que el sentido de la vista, el tacto es incapaz de asombrarse. Por eso la pulida pantalla táctil, o touchscreen, es un lugar de desmitificación y de consumo total. Engendra lo que a uno le gusta.

En opinión de Gadamer, la negatividad es esencial para el arte. Es su herida. Es opuesta a la positividad de lo pulido. En ella hay algo que me conmociona, que me remueve, que me pone en cuestión, de lo que surge la apelación de que tienes que cambiar tu vida.

De la obra de arte viene una sacudida que derrumba al espectador. Lo pulido y terso tiene una intención completamente distinta: se amolda al observador, le sonsaca un me gusta. Lo único que quiere es agradar, y no derrumbar.

Hoy, lo bello mismo resulta satinado cuando se le quita toda negatividad, toda forma de conmoción y vulneración. Lo bello se agota en el me gusta. La estetización demuestra ser una anestesiación. Seda la percepción. Hoy resulta imposible la experiencia de lo bello. Donde se impone abriéndose paso el agrado, el me gusta, se paraliza la experiencia, la cual no es posible sin negatividad.

La comunicación visual pulida e impecable se lleva a cabo como un contagio sin distancia estética. La exhaustiva visibilidad del objeto destruye también la mirada. Lo único que mantiene despierta la mirada es la alternancia rítmica de presencia y ausencia, de encubrimiento y desvelamiento.

Hoy no solo se vuelve pulido lo bello, sino también lo feo. También lo feo pierde la negatividad de lo diabólico, de lo siniestro o de lo terrible, y se lo satina convirtiéndolo en una fórmula de consumo y disfrute. Carece por completo de esa mirada de medusa que infunde miedo y terror y que hace que todo se convierta en piedra. Lo feo de lo que hicieron uso los artistas y poetas del Fin de Siécle tenía algo de abisal y demoniaco. La política surrealista de lo feo era provocación y emancipación: rompía de forma radical con los modelos tradicionales de percepción.

A la luz de la razón higiénica, también toda ambivalencia y todo secreto se perciben como sucios. Pura es la transparencia. Las cosas se vuelven transparentes cuando se insertan en flujos pulidos de informaciones y datos. Los datos tienen algo de pornográfico y de obsceno. No tienen intimidad, ni reversos, ni doble fondo. En eso se distinguen del lenguaje, que no permite una nitidez total. Los datos y las informaciones se entregan a una visibilidad total y lo hacen todo visible.

La conexión digital interconecta el cuerpo convirtiéndolo en una red. El coche que se conduce a sí mismo no es otra cosa que una terminal móvil de informaciones a la que yo me limito a estar conectado.

En el coche que se conduce a sí mismo yo no soy ningún actor, ni demiurgo, ni dramaturgo, sino un mero interfaz, o interface, en la red global de comunicación.

La contemplación de lo bello no suscita complacencia, sino que conmociona. Al final de las fases del camino de lo bello, el iniciado vislumbra súbitamente lo prodigiosamente bello (thaumaston kalon), lo divinamente bello (theion kalon).

Pero el contemplativo pierde el control, es sumido en el asombro y el horror (ekplettontai). Un delirio lo arrebata. La metafísica platónica de lo bello contrasta en gran medida con la estética moderna de lo bello como estética de la complacencia, que confirma al sujeto en su autonomía y auto complacencia en lugar de conmocionarlo.

Para Adorno, la experiencia genuinamente estética no es una complacencia en la que el sujeto se reconozca a sí mismo, sino la conmoción o la toma de conciencia de su finitud.

Lo bello natural se abre a una percepción ciega e inconsciente. Al ser una clave de lo que aún no existe, o bello natural designa lo que parece más que lo que es literalmente en ese lugar. Adorno habla de una vergüenza a lo bello natural que proviene de vulnerar lo que aún no existe al capturarlo en lo que existe. La dignidad de la naturaleza es la de algo que todavía no es y que, con su expresión, rechaza la intención de humanizarlo. Rechaza todo uso. Así es como lo bello natural se sustrae por completo al consumo y a una comunicación que solo conduzca a la adaptación del espíritu a lo inútil, un amoldamiento a causa del cual el espíritu se sitúa entre las mercancías.

Lo bello es un escondrijo. A la belleza le resulta esencial el ocultamiento. La transparencia se lleva mal con la belleza. La belleza transparente es un oxímoron. La belleza es necesariamente una apariencia. De ella es propia una opacidad.

Opaco significa sombreado. El desvelamiento la desencanta y la destruye. Así es como lo bello, obedeciendo a su esencia, es indesvelable.

Byung-Chul Han