Entrevista 2020

por Fredy Massad

 

Jorge Mario Jáuregui (Rosario, Argentina) construye y reconstruye espacios para vivir. Su trabajo en las favelas de Rio de Janeiro está lejos de toda conmiseración buenista. Pisa el suelo, mete los pies en el barro con el afán de mejorar las vidas de aquellos a quienes les ha tocado vivir peor. Su trabajo sanea lo informal para transformarlo en espacios de convivencia cívica. Hombre inteligente y realista absolutamente alejado de esa corriente que, en estas últimas décadas, se ha dedicado a sacralizar y romantizar irresponsablemente “lo pobre”.

En este tiempo dominado por la vacuidad, la simulación y la sobreactuación, Jáuregui es de una de esas rara avis que sostienen con firmeza una posición política, intelectual y ética siempre en verdadero compromiso y que poseen el conocimiento necesario para mirar a fondo el presente y reflexionarlo.

 

Abandona Argentina durante el periodo de la dictadura y se establece en Brasil

Llegué a Brasil en 1977. Salí de Argentina de la noche a la mañana, después de que el ejército fuese a bayonetear mi casa. Yo era militante de los Equipos Político-técnicos de la JP (Juventud Peronista) y trabajaba en la universidad, en el barrio y también en las villas. La militancia incluía toda esa circulación.

En aquel momento tan crucial en la historia de Argentina ¿era posible desempeñar la arquitectura sin un compromiso político o el compromiso era ineludible, necesario?
Sucedía exactamente como ahora. Había quien lo tomaba por el lado de la militancia, buscando transformar las cosas comprometiéndose políticamente; y, por otro lado, quien creía que el compromiso profesional ya era suficiente.

En aquel momento, yo me definía como militante político-técnico; es decir, la profesión se situaba en un segundo lugar. Aquí en Brasil me defino como técnico-político: soy un profesional de la arquitectura, del urbanismo y del pensamiento del paisaje contemporáneo que asume también compromisos políticos, pero situando la profesión en primer lugar.

Dejó Rosario (Argentina) y, al llegar a Brasil, se estableció en Rio de Janeiro. ¿Cómo percibió ese país, que también se encontraba entonces bajo la dictadura militar que se prolongó de 1964 a 1985?
La diferencia respecto a Argentina era sustancial. Yo no tenía nada que ver con la dictadura que había en Brasil: nadie me buscaba, mi nombre no estaba en ninguna lista. Cuando llegué, la gente me hablaba en voz baja, porque se hablaba en voz baja todavía, con miedo. Miedo al compromiso político e ideológico. Lo único que me asustaba cuando llegué a Rio eran los Volkswagen escarabajo, que circulaban mucho en esa época y, como andaban a alcohol (biodiesel), hacían unas explosiones tremendas cuando pasaban por los túneles. Eso siempre me asustaba porque venía de haberme acostumbrado a otro tipo de explosiones en Argentina.

¿Cómo era Rio de Janeiro en aquellos años?

Era un paraíso, todavía continúa siéndolo.

Ahora estoy a punto de lanzar un libro que va a titularse Intervenciones a escala urbana. Modelo para armar Rio de Janeiro. Sigue interesándome mucho porque es una megaciudad en la cual, a pesar de la especulación, los desgobiernos…, todavía es posible vivir en el medio de la naturaleza. Como el paisaje es tan poderoso – las montañas, las lagunas y el mar− la intervención humana todavía queda como zócalo de la naturaleza. Eso es algo que me interesa mucho y que considero un valor muy importante ahora en el siglo XXI, por eso hablo de «Modelo para armar», haciendo ahí una referencia a nuestro amigo Cortázar.
Imagino que al llegar ya se encontraría con una ciudad caracterizada por su marcada dualidad: de un lado, la ciudad exuberante y turística y, por el otro, la ciudad informal y pobre.  En la década de los 70, su ciudad de procedencia, Rosario, era aún un lugar de clase media, sin esos extremismos que definían a Rio.

Sí. Establezcamos el paralelismo a pesar de las escalas. Por entonces, Rosario ya era, sin duda, una ciudad dividida. Nosotros, la clase media, vivíamos en la ciudad formal, entre los bulevares, pero fuera de ellos, ya en aquella época, Rosario estaba partida. El porcentaje de división era bajo si se lo compara con Rio, donde un millón y medio de personas vive en las favelas, excluidas de los beneficios de la urbanidad. En Rosario, el porcentaje de exclusión era pequeño en aquel momento, digamos del 15%; por lo tanto, el ciudadano medio carecía de conciencia de esa situación. No la vivía físicamente y a diario cuando se desplazaba por la ciudad formal. Éramos nosotros, quienes éramos militantes e íbamos a las villas, quienes sí lo veíamos y lo tomábamos como tema de reflexión y acción transformadora.

¿Cómo se ejercía esa militancia?

Recuerdo que llegábamos a las villas con un megáfono anunciando: «Aquí viene el equipo político-técnico de la JP». La gente se acercaba y nos reuníamos debajo de un árbol siempre, medio a la griega, en la idea de la democracia ateniense, y tan inocente era nuestra posición en aquel momento que estábamos convencidos de que se podía diseñar con la gente. Montábamos los caballetes debajo del árbol, la gente comenzaba a hablar y nosotros a anotar y dibujar, casi como una escritura automática que pasara de la demanda a la respuesta en el acto.

Tiempo después, procesé que había en esto un error fundamental de concepción porque la demanda no se responde: la demanda se interpreta, y esa interpretación requiere un tiempo a posteriori. Vos tomás conocimiento del hecho, te envolvés en el tema o asunto, pero es preciso el tiempo de la reflexión para interpretar, para poder responder.

Por aquella época, Charles Moore participaba en un programa de televisión en Estados Unidos al que llevaba una familia. La familia se sentaba en el escenario, hablaba y Moore les diseñaba el proyecto ipso facto. Lo que nosotros hacíamos era la misma cosa, con otra concepción ideológica, pero con la misma convicción de que la respuesta podía ofrecerse ahí, directamente. Hoy comprendemos que estas cuestiones son más complejas y tienen que ver también con el tema de las escalas de actuación.

Cuando comencé a trabajar en las favelas aprendí a hacer el mapa de la estructura del lugar.  Ésa es la cuestión más importante que yo aprendí. Cuando se trabaja en la ciudad formal no es preciso el dibujo de esa estructura, es algo ya evidente. Sin embargo, en la favela nada es obvio. Hay una parte visible pero también hay una gran parte invisible que es imprescindible poder y saber interpretar, des-cubrir.

Creo que la distinción entre esos dos conceptos, «saber» y «poder», merece un comentario.

¿En qué radicaría esa distinción?

Mucho tiempo después de empezar a trabajar en la urbanización de favelas, leyendo La invención de lo cotidiano de Michel de Certeau encontré algo que me resultó muy importante: la ciudad y el concepto nunca coinciden, pero ellos van en la dirección de su progresiva simbiosis dice él. Planificar la ciudad implica al mismo tiempo pensar la pluralidad misma de lo real y darle efectividad a ese pensamiento de lo plural. Es decir: saber y poder articular. Las diferencias no se integran pero se pueden articular. Esta cuestión de que el arquitecto es un articulador de diferencias vino a tornarse pública mucho después de haber publicado mi libro

Estrategias de articulación urbana.

El termino «participación» hoy es usado por muchos arquitectos para enfatizar esa idea de diseñar junto a la gente, como una forma de afirmar una supuesta actitud democrática, no jerárquica, del arquitecto. Sin embargo, creo que es más bien una palabra-eslogan cuyo sentido hoy muy poco tiene que ver con lo que ustedes proponían, y que partía de una convicción política genuina. No creo que en ese manejo contemporáneo del término exista tampoco esa ingenuidad desde la que ustedes planteaban diseñar junto a la gente.

Porque la palabra, «participación» está totalmente contaminada, corrompida. Hoy, por ejemplo, te llaman, te hacen una encuesta sobre tus hábitos de consumo y te despiden diciéndote: «Gracias por su participación.» Hoy a cualquier cosa se le da el nombre de «participación».  El mercado quiere la «participación».

Entonces, para poder volver a utilizar esa palabra, su concepto, es preciso que se especifique muy bien qué es lo que quiere decirse con el término «participación» ¿Qué es? ¿Buscar responder a la demanda, por ejemplo? ¿Buscar la participación de la gente es ofrecer condiciones de responder directamente a lo que se pide? Pero, en ese punto, desde Freud sabemos que aquello que se pide es bastante ambiguo, confuso.

¿Qué es el deseo? El deseo siempre es deseo de otra cosa y yo creo que ahí se sitúa una cuestión muy seria: el diseñador urbano, arquitectónico, paisajístico tiene una función didáctica en el diálogo con el cliente, sea público o privado, grupal o individual. Esa función es mostrar a ese interlocutor lo que tenía derecho a desear y no sabía antes del diálogo. Esa es una función que es preciso trabajar, que hay que poner en juego en cada demanda proyectual. Sea cual sea esa demanda: política, privada, individual, comunitaria, etcétera.

Habla del concepto «infodemia»: una actitud que simula ser conocimiento pero no es más que mera información sin procesar. Es algo que creo directamente vinculado a esta desvalorización, incluso perversión, del sentido de las palabras.

Estoy de acuerdo. En ese sentido, me interesa mucho el concepto de «ecología mental» de Gilles Deleuze. Sin la descontaminación de todas las adherencias ideológicas que las palabras van adquiriendo a lo largo del tiempo, no se piensa nada, porque uno es pensado por las palabras. A esas tres ecologías de las que hablaba Deleuze se suma la de «ecología existencial» que agrega Thierry Paquot, director entre 1994 y 2012 de la revista Urbanisme, y que es la necesidad de revisar el conjunto de los comportamientos individuales y colectivos, sin los cuales no es posible modificar las cosas. Pero es muy necesaria la ecología mental, es decir: la descontaminación, con toda la resonancia que esta palabra tiene hoy en dia.

Además de «participación» identifico también otras palabras muy peligrosas: «crecimiento», «modernización» y «desarrollo». Si no hay que eliminarlas, sí que es necesario revisarlas por completo.

Agregaría también «resiliencia».

Y otra más: «sostenibilidad». ¿Qué es «la sostenibilidad»? Es otra cuestión de mercado. Por ejemplo, tomo el Diario de São Paulo y leo: «condominio sostenible». Es un concepto que se ha convertido en un término de marketing, completamente alejado de cualquier contenido serio.

Y no son solamente las palabras. También las figuras representativas o emblemáticas. Ahora mismo estamos en un momento en que es imprescindible tomar decisiones vitales sobre el planeta; en ese contexto,¿no es la creación de una figura como Greta Thunberg otra más de esas acciones de marketing desvirtuador, contaminador?

Concuerdo con vos en que es parte del espectáculo, por más que pueda tener algún elemento positivo. Sin embargo, es sospechosa tanta difusión, tanto “éxito” (entre comillas) de su “militancia” (también entre comillas) en un mundo en el que en lo ambiental tiene justamente hoy en día uno de sus déficits mayores. Por eso me parece muy interesante esto que escribe el filósofo Jean-Luc Nancy: «Vivimos en un planeta errante. Deambulamos. Carecemos de metas y guías. Precisamos de un nuevo simbolismo hecho de nuevas palabras, nuevas formas de gobernar lo ingobernable. Precisamos aprender con lo imprevisible, con la absoluta oscuridad de todo lo que está por venir.» Éste es un tipo de pensamiento que me gusta. Es una reflexión formulada bastante antes de la pandemia y que tiene mayor alcance, mayor profundidad. Me interesa ese concepto de «aprender con lo imprevisible».

Trabajando en las favelas uno está siempre en medio de lo imprevisible.
Usted dice que siempre se es un extranjero en la favela. Que es un territorio que jamás es el de uno y donde uno es siempre percibido como un intruso. Cualquiera que no sea del lugar, hable con acento o sin acento.

La palabra no es tanto «intruso» como «extranjero”».

Recuerdo que una arquitecta de la municipalidad me acompañó a la primera favela a la que fui. Me acompañaba como “cicerone”, para abrirme el camino en medio de lo imprevisible, de la “selva”. Al llegar, estacionamos el auto y allí cerca había un grupo de niños jugando a la pelota que nos miraron un momento y siguieron jugando. La arquitecta y yo dimos toda la vuelta y, cuando estábamos en la otra punta de la favela, otros niños (o tal vez aquellos mismos) exclamaron: «Ahí viene Maradona.» Es decir, ya se había corrido la voz: sabían que yo estaba allí y era argentino. Y, en aquel momento, «Maradona» significaba «argentino» y eso tenía un tono simpático: significaba que era lo diferente pero bienvenido.

Eso es algo que siempre percibí en la favela. Primero, tenés que construir la confianza, dar respuesta a las preguntas de quién es este fulano, qué quiere, a qué vino acá. Siempre que el gobierno decide que va a intervenir sobre un área, yo mismo llamo a la junta de vecinos y fijo una entrevista. Nos encontramos normalmente en el bar de la esquina y comenzamos a hablar. Yo voy siempre con mi rollo de papel bajo el brazo porque es el salvoconducto del arquitecto, lo que está diciendo que no soy policía, sino un “técnico”. A medida que avanza la charla, yo voy anotando en ese mismo papel que llevo. Al final de las visitas, el papel ha quedado manchado de cerveza, café… pero se ve perfectamente lo que se escribió. Y ese hecho de registrar por escrito la conversación (nunca grabarla, sería algo que tendría un tono demasiado policial), tomar fotografías con ellos al lado y solicitándoles permiso para hacerlo (los traficantes nunca quieren que sean fotografiados los lugares donde están…). Todo ese proceso de construir la confianza es muy importante.

En la favela, el arquitecto, sea local o foráneo, es un extranjero, alguien que viene de afuera y que ha de conquistar el derecho a tener una interlocución. A ser escuchado y a emitir opinión, a poder dialogar. Creo que uno está en mejores condiciones que el poder público de llevar a cabo ese trabajo de construir la confianza, porque este último siempre llega cuestionado por todo lo que no hizo y por la desconfianza ante todo lo que promete que hará. Uno está mejor posicionado para dialogar, y el diálogo es la base del proyecto.

¿Cómo valora ese fenómeno de conversión de la favela en un elemento de atractivo turístico?

Es un fenómeno que existe pero que no es tan significativo, y que es bueno que exista porque genera trabajo y beneficio económico. Las personas que van a visitar las favelas caminan, consumen, pagan al guía y a la empresa de transporte (que, en muchos casos, es propiedad de los mismos habitantes de la favela)…

Personalmente, nunca lo he visto como algo ofensivo y se recibe muy bien a esos visitantes, inclusive hay muchos estudiantes, europeos y norteamericanos sobre todo, que alquilan habitaciones para alojarse en las favelas durante el periodo en que están llevando a cabo su investigación o tesis, o simplemente para convivir un tiempo con la gente de la favela.

La facultad de arquitectura de Valparaiso (Chile) realizaba a lo largo de América Latina lo que denominaban «Travesías». Viajaban en un ómnibus en el que traían muchísimo material con el que realizaban instalaciones en diferentes lugares. A veces, eran poesías que inscribían en el suelo o en la pared; otras veces, eran proyectos con algo más de envergadura, como el que hice con ellos en Manguinhos y que consistió en construir una parada de autobús y grabar una poesía. Al principio, los chilenos no hablaban ni una sola palabra de portugués y la gente del lugar tampoco los entendía a ellos, pero al cabo de una semana estaban celebrando un asado y un baile. Un acercamiento de las diferencias como éste tiene, a mi parecer, un lado muy positivo que provoca una disminución de los imaginarios negativos, tanto en quien llega al lugar por primera vez como entre la comunidad que recibe.

Por supuesto, hay momentos que no son tan agradables, como sucedió en otra ocasión en que vinieron los estudiantes chilenos y en mitad de la semana se produjo un tiroteo muy cerca de donde ellos estaban. 

Llevo ya diez años haciendo un taller anual con la Universidad de Rosario. Toda la facultad, unos sesenta alumnos y quince profesores, se desplazan hasta acá. Tiene una duración de una semana, durante la cual estudiamos cada año una favela diferente. Solíamos estudiar favelas de diferentes escalas pero en los últimos años, a partir de la llegada al poder de Bolsonaro, sólo estudiamos favelas pequeñas y aquí cerca de mi estudio, por cuestiones de seguridad.

¿La situación en las favelas está ahora más descontrolada?

Sí, mucho más. Los traficantes volvieron a tener presencia, y también las milicias, fuerzas parapoliciales que son mucho peores que los traficantes. Sin embargo, esto no impide que los talleres se puedan realizar. El primer día vamos a la favela divididos en varios grupos a lo largo del día. Todo está ya previamente organizado con los dirigentes comunitarios, que muestran a los estudiantes el lugar, les ofrecen charlas…En los días siguientes, los alumnos dibujan en unos talleres de la universidad y hacemos visitas cada día de la semana. Finalmente, el viernes hacen una exposición general de lo producido, que suele ser mucho y que después damos a las juntas de vecinos, para que puedan disponer de este material como insumo para negociar con el poder público.

¿Cómo describiría el Brasil de Jair Bolsonaro? ¿Cuáles fueron los errores que cometió la izquierda, si es que los hubo, para posibilitar la complicada situación actual?

Es un tema que requiere un análisis más pormenorizado, que podría ser objeto de otra conversación, pero sintéticamente diría que hubo una cuestión muy cuantitivista también por parte de la izquierda. El hecho de que se integraran cuarenta millones de personas al consumo no fue suficiente. Esas personas se quedaron únicamente ahí: en el consumo. La izquierda, el PT (Partido dos Trabalhadores), nunca construyó un vehículo de comunicación formativo: ni diario, ni radio ni televisión para formar e informar al ciudadano más allá de la necesidad de lo infraestructural, lo sanitario, el trabajo, la educación…Se hicieron las cosas y se hizo mucho, pero faltó englobar todo eso en una visión de más largo plazo. Todo fue algo inmediatista. A mi parecer, ahí estuvo parte del error.

Asimismo, yo que venía de ser un militante en Argentina, sentía que en el PT había poco militante. Había un hiato muy grande entre la dirigencia, el gobierno y la base popular. Esa falta de una militancia permanente en el territorio fue una de las causas que posibilitaron que toda esta cuestión de las fake news pudiese ser tranquilamente manejada mediante celulares. El ciudadano recibe en su teléfono la información mentirosa pero sin nadie que la desmienta o la cuestione. Así, digamos, dejaron el campo libre o demasiado fácil al enemigo.

La población de las favelas votó por Bolsonaro.

Claramente. Pasaron de votar a Lula a votar a Bolsonaro. Es cuestión muy seria y que pone de manifiesto esa carencia de formación. Siempre se dice que los argentinos son individuos muy politizados y es algo que tiene bastante de verdad. Acá no existió eso y el PT no cumplió ese tipo de función. No pudo hacerlo. Le faltó visión, estrategia. Creo que se quedaron demasiado tranquilos en el gobierno, pensando que el gobierno era el poder.

Señalaba antes que, en este estado de las cosas, la violencia más cruda ha vuelto a las favelas.

Ya estaba ahí cuando yo comencé. En el bar donde solíamos tomar café que había en la primera favela a la que fui, un día dejaron la cabeza decapitada de un narcotraficante. Todo era tan violento antes como ahora. En un momento, durante los periodos de gobierno de Lula y Dilma Rouseff, la situación mejoró y había la presencia del narcotráfico y la milicia era menos tensa pero hoy todo ha vuelto a ser como antes de Lula. No obstante, como decía antes, eso no afecta a las condiciones de trabajo. Lo que sí afecta mis condiciones de trabajo es el hecho de que el gobierno hoy ya no tiene más programas sociales.

¿El Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos fueron oportunidades desperdiciadas por el PT para poder mejorar la calidad y condiciones del territorio urbano y las infraestructuras públicas?

Sí, también hay algunos aspectos para criticar sobre este punto. En aquella época se hablaba mucho de «billones en inversión» pero estaba todo muy manejado por los empresarios. Lula tenía una base de apoyo empresarial importante y esos empresarios fueron quienes salieron beneficiados de los negocios.

Las olimpiadas y el mundial fueron oportunidades absolutamente desperdiciadas. Hubo ciertas mejoras en cuestión de movilidad con los BRT y para el mundial se conectaron mejor los barrios pero, inmediatamente después, todo eso quedó colapsado debido a una cantidad de demanda que no se podía atender. Las conexiones funcionaban con más rapidez pero no con eficiencia. No existió un planeamiento estratégico.

Hace poco me preguntaban acerca de las instalaciones olímpicas para Buenos Aires y mi opinión es la misma: se hicieron inversiones de mucha visibilidad política, inclusive con mejor diseño que las que se hicieron acá, pero un buen diseño no basta. Es necesario, pero no suficiente. Dominó también una visión inmediatista.

La trascendencia de las grandes inversiones urbanas que posibilitan un mundial o unas olimpiadas y movilizan capital no repercute sobre el conjunto íntegro de la ciudadanía. Los beneficiados principales son sólo las grandes empresas constructoras y el entorno inmediato de donde se realizan las obras. No se trata de rechazar estas posibilidades, pero sí de repensarlas mucho más estratégicamente. Serían necesarios gobiernos con una visión menos cortoplacista.

El inmediatismo y el cortoplacismo rigen la mentalidad de nuestro tiempo, en todos los niveles. La educación de la sociedad y la articulación de planes sociales sólidos y de largo alcance son trabajos fundamentales e inmensos que no pueden hacerse a rápida velocidad.

Es preciso construir lo infraestructural, lo económico, recomponer lo ecológico-ambiental, y eso lleva tiempo.

La generación de trabajo y renta es algo fundamental en la favela. Construir infraestructuras básicas (sistemas viarios, drenaje, iluminación pública, alcantarillado, agua corriente, electricidad…) es positivo, porque es algo siempre necesario, pero tiene que ir unido a la política económica y cultural.

La política para generar trabajo y renta debe comenzar mismo por el programa de urbanización. Ya está más o menos asumido que las empresas constructoras que participan deben contratar al menos el 40% de la mano de obra en el lugar a fin de generar empleo. Por ejemplo, en el Complexo do Alemão, con Lula, trabajaron mil hombres y mil mujeres con un contrato firmado por cuatro años. Esto creó un movimiento muy importante que dio lugar a muchas otras actividades: personas que cocinaban en sus casas para esa demanda, alojamientos transitorios, bancos (que hasta entonces no existían en esta favela) y toda una serie de diversos servicios y equipamientos.

Cuando digo infraestructura, espacio público, hablo también de lo habitacional en la medida de lo necesario: es decir, realojar a personas que se encuentran en áreas de riesgo. La gente sabe construir su casa, aunque la construya mal desde el punto de vista funcional (mala ventilación e iluminación, mala resolución de la circulación interna…). Todo el mundo es capaz de levantar su casa, incluso las mujeres que están solas, pero lo que los habitantes no pueden construir es todo el resto de la infraestructura. A esto debería sumarse una política de seguridad ciudadana que es muy necesaria, pero que no trate esa violencia de manera policial o militar, como fuerza de invasión en la favela. Debería ser una policía de proximidad, amiga del ciudadano, pero es algo que no se lleva a cabo porque no interesa al poder público.

Hay que atender también a aspectos ambientales, que son siempre bastante graves (ríos contaminados, desmatamiento, edificaciones vulnerables por estar en áreas no adecuadas para la construcción…).
También son necesarios los sistemas de accesibilidad. Uno de los puntos fundamentales en cualquier proyecto de urbanización es el sistema viario que en algunos casos, como en el Complexo do Alemão, puede minimizarse construyendo un teleférico, algo que permite demoler menos que lo que demanda ensanchar o abrir nuevas calles. Ese teleférico está ahora mismo en desuso, ya que no era del agrado del gobierno bolsonarista. (Su uso se canceló con el pretexto de un cable dañado que debía repararse y cuyo remplazo tenía que venir de Francia pero no llegaba). La cuestión de fondo era el hecho de que el poder público no estaba en condiciones de poder garantizar la seguridad en el lugar y fue abandonando las instalaciones públicas que habían construido, el teleférico entre ellas, pero también escuelas, centros de salud…Todos se mantienen abandonados hasta hoy.

En Alemão, el teleférico llegó a mover a más personas que el del Cristo Redentor porque lo usaban los residentes de la favela y también gente de clase media que querían ir a conocerla. Se había generado así todo un movimiento económico: gente de la favela que pintaba cuadros, apareció la Garota del Teleférico que organizaba visitas guiadas al Complejo, restaurantes populares, hostels… Sin embargo, todo ese movimiento económico fue quedando directamente abandonado en parte debido a la cuestión de la seguridad, el poder público se desentendió y abandonó las UPP (Unidades de Policía Pacificadora) que habían surgido en la época de Lula y que, al inicio, había inhibido la presencia de los traficantes pero que después, como siempre, comenzaron a entrar en acuerdos, negociación, los traficantes les pagaban…En fin: la corrupción.

Todo esto constituye un cuadro que lleva al ciudadano de Rio a percibir una situación de abandono generalizado, tanto en la ciudad formal como en la informal.

La crisis económica estalla en 2008 y a finales de 2010, el MoMA presenta la exposición «Small Scale, Big Change. New Architectures of Social Engagement» comisariada por Andres Lepik. Creo que esta muestra señaló una reivindicación de lo precario que, en mi opinión, fue el primer giro de tuerca de una estrategia lampedusiana del establishment de la arquitectura. Su trabajo fue incluido dentro de esta exposición, ¿cómo ve en retrospectiva ese proyecto de reunir a un grupo de arquitectos que trabajaban en la periferia de lo que hasta entonces había sido el foco central de la arquitectura, para hablar de la dimensión social de la arquitectura? En su caso, son muchas décadas trabajando con la gente, incidiendo en el valor del factor humano en la arquitectura, ¿cómo percibió este giro súbito hacia “lo informal” por parte de un sistema quevenía de ensalzar lo que se había resumido en los conceptos de «edificio icónico» y «star-architect»?

Remontémonos aún un poco más en el tiempo. La Universidad de Harvard es gente que está muy atenta – «antenada» como se dice aquí en Brasil- a lo que pasa en el mundo y trata siempre de incorporarlo para reprocesarlo y venderlo. En el año 2000, cuando recibí el premio GSD Prize por la transformación de las favelas, me llamó mucho la atención que a Harvard le interesase el tema de las favelas. Asimismo, recuerdo que, cuando se publicó mi libro y se hizo una exposición, había bastante gente rondando y contemplando aquello como algo exótico pero de manera interesera, como tratando de averiguar de qué manera podían apropiárselo.

Y estamos hablando del año 2000. Es decir, ocho años del colapso de Lehman Brothers y el inicio de la crisis económica ya había quienes veían el beneficio que era posible exprimir a esto.

Exactamente. Diez años después se celebra la exposición de Lepik en el MoMA. En el lapso de esos diez años, hubo un montón de “aventureros” salidos de las elites latinoamericanas y que, además de la obra que estaban construyendo (como museos, universidades…), pasaron a ocuparse también del tema de “los pobres”. ¿Por qué? Porque los pobres otorgaban mucha visibilidad. Hacerlo otorgaba una posición “progre” a esa elite latinoamericana que siempre miró la pobreza como algo que estaba ahí pero con la que no guardaba la menor relación.

En la exposición del MoMA había gente que realmente tocaba de oído, oportunistas. Personas que siempre habían estado ahí con una actitud un tanto arribista, tratando de ver qué podían pellizcar también en esa área y legitimarse en ella de alguna forma.

La exposición tuvo ciertos aspectos positivos. Difundía, permitía poner en conocimiento de un público amplio trabajos que estaban llevándose a cabo en esas zonas, pero era sobre todo un elemento propagandístico y no excesivamente trascendente fuera del circuito de “especialistas”.

Tal vez sea una obsesión mía, pero ¿no marcó esa exposición ese aparente giro ético e ideológico que la alta jerarquía de la arquitectura efectúa a partir de ese momento? No se trata únicamente de la aparición en la palestra de toda una nueva serie de protagonistas “vendiendo” este concepto sino que además ese cambio incidió también profundamente en aquello que comenzó a enseñarse dentro de las propias escuelas de arquitectura. Se dejó de hablar de Gehry, Hadid y Foster para adoptar este discurso. Es cierto que el contexto del momento estaba marcado por la crisis, pero ese cambio se produce de una forma totalmente abrupta y sin que medie una autocrítica. De igual manera, en ese discurso de ‘lo precario’, digamos, se engloba genéricamente tanto su arquitectura como la de, por ejemplo Urban Think Tank, sin que se analicen a fondo las cuestiones específicas de cada aproximación y trayectoria.

En este sentido, estoy de acuerdo. El beneficio fue para la enseñanza. Esto señaló que se trataba de un tema serio, y no una asignatura opcional. Que era un tema que merecía un tratamiento disciplinario, urbanístico, arquitectónico y paisajístico, y multidisciplinar también en muchas facultades. Recuerdo que aquí en Rio, pasados quince años de estar operando el programa de favelas, en la facultad de arquitectura no se trataba el tema a no ser de manera “marginal”, usando la paradoja.  Su ocupación se encontraba en la ciudad formal. Ha sido en los últimos años cuando eso se ha incorporado y asumido; no enteramente pero el tema ya está ahí.

Y también hay exageraciones, por supuesto. Demasiados trabajos de tesis sobre lo informal, la precariedad…pero poca investigación real en los lugares. Creo que, por ejemplo, habría que invertir mucho más. Esto es algo que la universidad, relacionada con los gobiernos y con instituciones de financiamiento, tendría condiciones de gestionar, hacer ensayos concretos: núcleos habitacionales y con servicios de manera equivalente al Pedregulho en Rio de Janeiro, PREVI en Lima, el Barrio Los Andes en Buenos Aires…  Éstas son escalas manejables que una gran empresa podría financiar, siendo así copartícipe de la aplicación de ciencia en los lugares y produciendo efectos reales y no sólo generando papers. Creo que en ese ámbito hay espacio, hay necesidad y, sobre todo, oportunidad.

Coincido en que ésta es la parte positiva despertada por este interés, pero sigo viendo que el interés del gran establishment por la dimensión “social” de la arquitectura es fundamentalmente frívolo e incluso perverso. En mi opinión, el León de Oro a la Torre David de Urban Think Tank en la Bienal de 2012 fue una jugada insultantemente hipócrita.

Sí, estoy de acuerdo.

¿No cree que en eso que llamamos «primer mundo» no se entiende en absoluto  la situación dentro de la cual se produce esta arquitectura, complejísimo contexto social, económico y político que hay tras ellas, y que esto surge meramente como una nueva tendencia que adoptar, con el añadido en este caso de que sirve también para nutrir la ilusión de una regeneración ética dentro de una sociedad que dice lamentar sus excesos (aunque yo creo que, en realidad, los añora profundamente)?

Quisiera introducir una idea más respecto a esa idea de primer mundo y mundo desarrollado. Creo que sería necesario provocar más a China, que es una potencia tan poderosa geopolítica y económicamente, para llevar a cabo lo que aquí se llama «parcería»: buscar un diálogo, una asociación. China tendría posibilidades de hacer acuerdos no sólo tecnológicos, como las que ya vienen a hacer, sino también en esa área.

No obstante, según tengo entendido, algunas de las acciones que China ha llevado a cabo en África son muy cuestionables.

Es verdad. Agrego cautela a eso que he apuntado antes.

Hubo un momento en la época de Lula en la que los BRICS podían ser una apertura para ello. Y, cuando digo China, también podría decir la India o Rusia: países con fortaleza tecnológica y económica, con buenas universidades, pero en donde lo económico está muy desvinculado de lo cultural y social. Por mi experiencia, creo que ese potencial existe.

Y yendo al tema que está definiendo radicalmente este momento, ¿cuál es su opinión sobre la posición de los arquitectos en este momento frente a la pandemia? A mi modo de ver, han quedado en un lugar absolutamente irrelevante, incapaces de intervenir o proponer algo que no sea una declaración para salir torpemente del paso. De igual manera, vemos cómo ese discurso de lo social y precario que estaba exaltándose cae por su propio peso ante la evidencia: en esta circunstancia, una vivienda mínima demuestra no ser ninguna solución.

Respondería comenzando por el “mercado”, entre comillas. En la televisión y los diarios aquí en Brasil y también en Europa, veo que la adecuación del profesional a la pandemia es algo principalmente mercadológico.

Mostrar cómo los arquitectos pueden ayudar a la clase media a reorganizar su apartamento en esta situación (cambiar la posición de los muebles, el color de las paredes; cómo incluir en la casa un lugarcito para trabajar…). Su función queda limitada a la arquitectura de interiores. Eso es lo que salta más a la vista. Vemos programas de televisión donde opinadores arquitectos indican a la clase media cómo deben comportarse a partir de ahora.

Se puede decir que del mercado no se puede esperar gran cosa, salvo oportunismo. En algunos diarios se lee: «las familias de clase media están pensando en revisar su apartamento porque, al haberse visto obligados a convivir mucho tiempo debido a la pandemia, han detectado algunas falencias dentro de lo aceptado habitualmente.» Entonces, el mercado, bicho vivo, escucha esto y aparece con su propuesta de cómo adecuar los “productos” futuros a esta transformación de habitaciones en oficinas, revalorizar los apartamentos antiguos…todas esas cuestiones mercadológicas.

Por otro lado, está la parte que concierne a la profesión, la universidad, los investigadores, pensadores, Un mes y medio después del inicio de la pandemia, leí un artículo de Massimo Cacciari titulado «La casa é un inferno» y que era interesante: porque era la reflexión de un filósofo incomodado con el desajuste causado por la cuestión del confinamiento. Los pensadores, la universidad, lo académico… tienen la obligación de reflexionar por profesión, porque tienen que transmitir conocimiento (o como queramos llamarlo) a sus alumnos.

Instituciones de varios tipos ligados a lo urbano, lo arquitectónico y lo paisajístico (colegios de arquitectos, museos, bienales, fundaciones…) están produciendo publicaciones online o en papel…que demuestran que se está tratando de procesar esta situación.

Lo que nos llega de Europa es el concepto de «La ciudad de los 15 minutos», algo que me causó gracia cuando lo leí por primera vez porque me pregunté cómo íbamos a trasladar a la favela ese concepto, que es un modelo que sólo vale, y con limitaciones, para la ciudad formal. Sin embargo, es, de todas formas, una tentativa para pensar: reducir el uso del automóvil y generar más espacio para el peatón, incrementar el uso de la bicicleta, introducir vegetación, permanencia en la acera además de circulación, adecuar parques y espacios residuales a condiciones de uso diferenciado…

Escribí bastante sobre la pandemia y su contexto y creo que estamos en pleno procesamiento de las nuevas cuestiones. Algunas cosas pueden señalarse, puesto que ya existen algunos indicadores que pueden servir de alerta. Yo, por ejemplo, estoy llevando a cabo unos estudios de readecuación de las unidades habitacionales que hice para Fernão Cardim hace veinte años, pensadas para una determinada lógica que, por supuesto, no contemplaba ninguna posibilidad de confinamiento por pandemia, con objeto de adaptarlos para la pospandemia. ¿Cuál adecuación? Todo ese planteamiento que surgió en esta situación: incluir el trabajo, proporcionar privacidad en la medida de lo posible a cada miembro en cohabitación (en este caso, para una superficie de 42m2 ), garantizar la ventilación cruzada de los ambientes y la disminución del consumo energético, incluir lugar para cultivos domésticos, aumentar el espacio de la cocina para posibilitar la preparación de comida para vender fuera, y una relación con el exterior (sea un balcón o área circulación común donde sea posible estacionar la bicicleta, caminar; escaleras; cubiertas, que puedan convertirse en verdes (productivas o no) o ser espacios donde ir a asolearse en condiciones seguras… ) los espacios intermedios entre las unidades individuales y las colectivas, la introducción de vegetación (un aspecto que ya era importante y ahora adquiere aún mayor importancia) …

Es decir, hay toda una serie de cuestiones que se pueden afinar en el diseño, incluyéndolas programáticamente en lo sucesivo en las favelas y en las viviendas de clase media. Esto es algo positivo sobre lo que estamos ahora alertados, antenados, y que creo que a partir de ahora va a ser una función importante de nuestro trabajo como arquitectos y urbanistas.